A estas alturas de la película (nunca mejor dicho) no cabe duda de la capacidad para entretener y tensionar la pantalla de Luc Besson. Un ‘manitas’ en la acción que, a diferencia de otros, maneja la imagen como un artesano para dar un producto definitivamente personal al ‘gran consumidor’.
Sin florituras narrativas -sólo una vuelta de tuerca más al socorrido baile de ‘dobles’ que conlleva el mundo del espionaje- este thriller resulta un ejercicio de estilismo bastante atractivo para el espectador.
Besson, que no se deja llevar por las manos de los manager actorales de la ‘Meca’ hollywoodiense, se acerca a un territorio ya explorado por él de una manera similar con ‘Nikita’, donde el trabajo sobre la actriz Anne Parillaud de entonces se refleja en el realizado ahora con la modelo Sasha Luss, a las que se les une la ‘Lucy’ que encarna Scarlet Johannson para hacer de ‘saga’.
Un club de estilizadas y atractivas espías con más licencia para matar que el mismísimo James Bond, creado ya hace sesenta y seis años por la literaria mano de Ian Fleming, y que casi supone ya un género dentro del propio género donde el director parisino se muestra como amo y señor.
Peleas inverosímiles en múltiples planos que la música de Eric Serra acompaña con precisión y destreza, se suman a los sofisticados espacios donde los espías mueven todo tipo de cachivaches dignos de su profesión, y un triángulo amoroso que hace de Anna casi una mantis religiosa de no ser por el toque de dulzura de un final bastante predecible, son las herramientas de esa trama.
En definitiva, Besson suma a su filmografía (‘El gran azul’, ‘Nikita’, ‘Léon’, ‘El quinto elemento’, ‘Arthur y los Minimoys’, ‘The Transporter’, ‘Lucy’ o ‘Valerian y la ciudad de los mil planetas’) su atracción por el cine espectáculo y por esta visión ‘salvaje’ de heroínas de un mundo que nos han contado que existe pero nadie ha visto (como no puede ser de otra forma) que es el espionaje.
Mujeres desposeídas de la debilidad y de gatillo preciso y fulgurante que hacen de su atractivo un arma letal. Todo ello, quizás, porque a Besson le gusta mostrar este álter ego de los ‘chicos guapos y sagaces’ que han atestado las carteleras durante años, reivindicando así ese papel arquetípico para la imagen femenina y dando una visión alternativa de las heroínas políticamente correctas que promueve el mercado estadounidense, con el que el director francés no parece estar muy ‘encontrado’.
‘Anna’ es, tal vez, un modelo fetichista y de incuestionables soportes eróticos: sí. No obstante, la protagonista -en manos de Besson- también es una patada en la entrepierna a ese mundo de hombres con una deriva sin más ética que la venganza ni más estética que la violencia, ya de por sí bastante estética tanto en el fondo como en la forma.