No resulta fácil conceptuar el último trabajo fílmico del director catalán Albert Serra: ’Liberté’. No porque sacuda la narrativa un marcado ritmo minimalista. Tampoco porque la temática haya rasgado y rasgue vestiduras ante el tan poco prolijo cine donde el sexo no quiere fronteras ni emblemas tácticos ni lecturas arquetípicas u homologadas.
Siquiera porque la propia estructura del filme se eleve de la narrativa usual y gaste de un lenguaje escénico parco en palabras (sólo las precisas): lo es porque trata de la compulsión misma del deseo, de su desarrollo en el ser humano y de su trato con la muerte.
Los más ‘tiquismiquis’ osarán tratar esta obra ‘especial’ como pornografía -suele ocurrir cuando el interlocutor, obsesionado con sus tabúes, no es capaz de registrar nuevas perspectivas narrativas-; no obstante, aunque lo fuese daría lo mismo: resulta de una riqueza plástica envolvente y que puede llegar a sugestionar (qué cosa mejor puede pretenderse de una creación).
Un grupo de actores en la oscuridad y en el perfil ceniciento de un bosque de eucaliptos -en algún lugar cercano a Postdam o Berlín, como exige un guión que se ubica en 1774 con Duc de Walchen como personaje protagonista (librepensador para unos, libertino para otros) retando la figura conservadora de la decadente monarquía de Luis XVI-, y el sexo (con toda su dramaturgia: desde la seducción a lo meramente escatológico), y la provocación, y nuevamente el dolor o la muerte.
En esa tesitura, Serra se mueve engañando el engaño; porque mientras los más ‘ilusos’ pueden quedarse en la conjura estética del desnudo, el semen, los castigos o las penetraciones, la verdadera transgresión está en el puntual texto que dirige esa puesta en escena mimética y agobiante y donde las miradas son un tratado de dramaturgia que borda el cuadro actoral encabezado por Helmut Berger.
No resulta fácil conceptuar; de hecho en Cannes produjo su particular ‘campana’ en la sección ‘Una cierta mirada’; eso sí, llevándose el Premio Especial del Jurado y superando el adagio que viene a decir que todo lo que trasgrede incomoda (para algo es Cannes).
Serra ofrece un tratado estético cinematográfico de primer orden; donde lo estético no se circunscribe exclusivamente a lo plástico, sino que se adentra en la raíz misma del su concepto filosófico y ‘mueve el culo’ de la butaca.